miércoles, 26 de agosto de 2009

El cuento de Casiniño

Casiniño era grande, digo, de edad, pero nunca había crecido internamente. Quizá, el sentirse diferente a los demás y el no entender algunas cosas de la vida le produjo una suerte de hechizo mágico, que lo dejó así, no sé...

No era muy alto y tenía unos enormes y curiosos ojos tristes, su cara redondeada, con unos pocos cabellos que caían sobre su amplia frente, a manera de flequillo. Tenía la inocencia y pureza que posee todo niño, la despreocupación sobre lo mundano, una sabiduría innata, la sensación de “vivo el hoy” en su mente y sensible el corazón.

Siempre andaba solo, con su alma tierna, de acá para allá, viviendo como podía entre tanta liviandad. A él no le gustaba este mundo, no podía hallar la manera de encajar en él y se empeñaba en que fuera de otra manera. Tenía la ilusión de cambiar problemas por fantasías, obstáculos por aventura sin fin, una lágrima por un guiño y estaba convencido de que podía hacerlo.

Se pasaba el día entero caminando sin apuro, y generalmente con una rotunda sonrisa en su afable rostro, lista para regalarla al primer afortunado que se le cruzara. Aunque a veces iba a los saltos o bailando como un loco, dependiendo de sus ánimos, inestables y cambiantes. Su forma de relacionarse con los demás era brindando afecto sin mirar a quién, entregando alegría y juegos, a todo el que los quisiera recibir. Ojo que dije, generalmente, porque tenía sus días grises. Es decir, repentinos malhumores inexplicables en apariencia; que en verdad tenían una razón. Cuando esto sucedía, Casiniño desaparecía. Es que a veces se cansaba de dar y de dar y de esperar y esperar. Entonces era en ese momento, cuando algunos lo buscaban y extrañaban su alborozo y pedían su amistad, añoraban su sonrisa y sus ratos divertidos.

Durante sus enojos Casiniño se escondía, inventaba historias, dibujaba personajes ideales o imaginaba cuentos de héroes, que bajaban de sus corceles blancos para combatir la injusticia cotidiana y si no, dormía. A veces sus sueños eran tan verídicos que los confundía con lo real. Soñaba que era un niño sin miedo a nada, un niño feliz y despreocupado, ingenuo y travieso, libre, de verdad. Soñaba que su casa era un castillo real, con un bosque profundo, cargado de naturaleza, con sus ruidos y aromas, con flores que armaban arco iris y un cielo diáfano, ¡todo tan real! Soñaba que no había más allá. Y despertaba. Y pasada ya su angustia, volvía a creer y salía otra vez a buscar a esas personas que esperaban verlo llegar, a entregarles su esperanza y sus ratos de amistad. Un abrazo cariñoso y su hombro para llorar, un nostálgico poema y su baile sin igual. Es que era su misión, esa de procurar que todos pudieran comprender, que no se debe dejar partir, a la sublime etapa de la niñez; aquella en que todo lo podíamos y la imaginación se confundía con lo real, tiempos en que valía más compartir que acumular, en que trazar una rayuela era toda una experiencia especial y en que la tristeza dormía un sueño eterno en el placard. Épocas en que un paseo era casi un viaje espacial, tardes de primavera, ambición de poder gozar, recreos de tiempo completo y el abrigo familiar.

Un mal día, de esos grises, y agotado de intentar, Casiniño y su alma tierna, se fueron sin avisar; quizá se rompió el hechizo, o tal vez hacia tierras remotas, a otros seres fue a llevar, su sonrisa, maravillas y deseos de hacer verdad, que esas almas se hagan niñas y que puedan vislumbrar la vida con otros ojos y animarse a disfrutar.

Nunca más supe de él y nadie recuerda su andar, su entrega, su sonrisa clara, ni sus ansias de enseñar que la vida es un deleite, si como niños la logramos contemplar.

Hay un Casiniño en cada uno de nosotros, no lo dejemos escapar…

Nota: este cuento fue inspirado en una idea original de Brisa Rodríguez Paván, ella dijo: mamá porque no escribís sobre por qué la gente grande se olvida de cuando eran chicos; y a ella va dedicado...

Hoy propongo, que tengamos nuestro rato de niños, hacernos un momentito para jugar, reírnos a carcajadas y sin miedo al ridículo, evocando esas personitas que fuimos y que sería saludable no dejar atrás... ¿no les parece una excelente terapia? ¿te animás?

4 comentarios:

  1. Excelente este cuento...como nos hace reflexionar sobre la vida, sobre lo apurados que siempre estamos de aqui para alla...y dejamos de lado todas esas cosas lindas que tiene la niñez....

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  2. Gracias por tu comentario!!! y es verdad, la idea es recuperar la alegría y la capacidad de disfrute que perdemos con el paso de los años... mil gracias claudi por leerme siempre!!

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  3. Con la adultez,en general perdemos la espontaneidad y la pureza de pensamientos...
    Me sumo a la propuesta de ser un rato cada día como Casiniño para recuperar la "frescura" perdida.

    Me gustó mucho leerte.Sonó tan dulce como real la historia.

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  4. Gracias Pao por tu comentario!! que bueno que te gustó y que te sumes a la propuesta!! mucha gente me dijo que reflexionaron mucho a partir del cuento y eso me da mucha satisfacción, con eso me sobra.... gracias otra vez amiga.

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