
Ya no es de nadie, ni es luna,
la luna que ahora nos sale;
porque es un círculo sólo,
sólo un círculo errante
La luna, esa ventana hacia lo desconocido, nostalgia de los desvelados, protagonista de versos y canciones, apacible y callada, siempre ahí, sólo observa.
Creo que nosotros, los alunados, nos parecemos a la luna, o al menos, transitamos sus fases.
Algunas veces no estamos, o mejor dicho no nos ven; son esos momentos en que nos sentimos un puntito diminuto en este mundo del revés, que todo nos pasa por al lado o nos esquiva y sigue de largo. Y andamos novilunios buscando un poquito de admiración y afecto.
Otras, atravesamos períodos de avance y crecimiento; ésto sucede cuando nuestra existencia se desarrolla siguiendo un rumbo, cuando avanzamos con pasos seguros hacia una meta, perfectamente alineados con el universo.
Unas cuantas más retrocedemos; entramos en cuarto menguante, es decir, las cosas no funcionan como quisiéramos y caminamos algo desorientados y a tientas. Los temores nos invaden y la sensación de frustración no nos abandona.
Y al fin, algunas escasas y anheladas ocasiones estamos completos, satisfechos, maravillosamente plenos. Es nuestra luna llena, nos sentimos realizados y felices.
Son nuestros ciclos, nuestros cambios, momentos y altibajos. De eso se trata, y es quizá lo que nos cuesta comprender. Siempre apuntamos a estar como luna llena, y nuestra vida se transforma en una alocada carrera para lograrlo. Y en el sendero, nos perdimos lo fundamental, que fueron esos pequeños, esperados y preciosos instantes de felicidad. Pasaron, los vivimos, pero sin la certeza de que eran únicos y perfectos momentos de plenilunio. Después de ocurridos, tal vez, podemos imaginar que eran lo que buscábamos tan insesantemente.
También, como la luna, tenemos una cara oculta, ese costado intensamente íntimo y escondido, que nadie conoce porque nunca dejamos ver. Es nuestro lado oscuro que aún a nosotros mismos nos cuesta incorporar y aceptar.
Mutamos constantemente, venimos, damos, esperamos, retrocedemos, mejoramos, nos perdemos, rotamos y como la luna, volvemos a empezar.
Nosotros, los errantes alunados, sí que nos parecemos a la luna, pero llevamos dentro, algo que ella nunca tuvo ni tendrá, que es nuestra propia luz, y esa es su envidia.